martes, 9 de octubre de 2007

Nota Publicada en el diario La Unión

El no es Dios
El no es Dios. Aunque eran incontables los carteles que empapelaron cada una de las clínicas en las que estuvo internado, el no es Dios. Aunque haya sido el culpable de esbozar inolvidables sonrisas en millones de caras; de inflar los pechos de alegría. Aunque su zurda reinó al fanatismo futbolero. Aunque sea el Diego de la gente. Aunque Argentina, en el mundo, sea Maradona. La idolatría, equivocadamente, confundió gambetas y redes con episodios milagrosos. El todopoderoso se vestía de blanco, pero, para el despertar de sus adeptos, se combinaba con rayas verticales celestes.
Esa omnipotencia que los argentinos le adjudicaron y que fue asimilada por aquel chico, aceleró el vertiginoso tránsito que lo llevó de Villa Fiorito al “Cielo”. Lugar donde se dio el gusto de opinar, de acusar, de criticar; Fidel Castro, el Papa, sus mujeres, sus deslices, su divorcio, sus hijos. Situado en esa posición, los excesos siempre fueron inapelables. Su entorno se adaptó a la magnánima representación social que provocó.
Aquellos que chocan con su tozudez, se alejan; bajando los brazos sinceros de la ayuda. Otros, que acorralados por el temor de perder esa redituable “amistad” que Maradona implica, lo acompañan incondicionalmente; destruyeron poco a poco a ese corazón solitario y acosado, prepotente y caprichoso. Corazón víctima de las debilidades de una persona, a quien, evidentemente, la fortaleza anímica no le alcanza para valorar su salud y mucho menos su imagen.

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