Juan, el feliz
No dice la verdad, se nota. No miente. Se hace el boludo. Dijo que los diarios los necesitaba para el fuego del asado, que iban a ir sus sobrinas. Justo se estaba yendo, y ya que estaba por ahí, los acovachó en la parrillita de atrás de la bicicleta descuajeringada esa que tiene. Nadie le preguntó nada, pero él quiso explicarlo, como un ladrón pidiendo clemencia. Juan se embarró solo. Le pasa por buen tipo, tanta disciplina le pone a su trabajo que intenta fundamentar hasta las cosas que se pasan por alto, y la embarra.
Renguea. Después de estar 20 años trabajando en el frigorífico nunca se le ocurrió visitar un hospital. Así quedó: lo agarra un día de humedad y le duele todo. Pero nada impide que cumpla con su trabajo. Es una especie típica de Argentina, aunque hoy quedan pocos. Juan es un todoterreno de las changas. Hace lo que hay que hacer. Corta el pasto, levanta paredes, poda los arboles, pinta. De todo un poco. Cuenta con la habilidad y la vagueza de utilizar sólo dos elementos, la tenaza y el alambre.
Barba descuidada y frondosa, blanca y al estilo Bin Laden. Gorro con la visera bien recta y una ropa vieja y conocida. Si, conocida: se dice que la misma ropa vino a trabajar más veces que él.
La edad es un misterio. Menos de sesenta, imposible. Evangelista hasta para rascarse, nombra a Dios en cada sorbo, pitada o respiro. Se ve que la pasó mal. Juan sufrió el hambre, ese que no se cuenta, que se tiene que vivir, el del dolor de estomago, el que te impulsa a robar o pedir, cosa que nunca hizo. Épocas jodidas fueron las del noventa en el sur del gran Buenos Aires. Textiles, frigoríficos y distribuidoras todas cerradas. Todas quebradas. La gente a la calle, a hacer lo que había que hacer, y Juan lo hizo.
Desde que dejó de trabajar con las reses y los cajones de Coca-Cola, donde se adjudica que levantaba cuatro al mismo tiempo, fue casa por casa. Algunas veces tuvo suerte, otras no. Le pasaba lo mismo que hoy. Cuando va con su bicicleta y el ruido a lata enuncia su camino, más de uno se aleja, más de uno se refugia y, seguramente, más de uno no lo entiende.
Dedicado. Parece que se abstrae en cada cosa que hace. No se distingue si se concentra o divierte. Es igual, al tipo le encanta trabajar, sólo quiere eso. No importa si el árbol es alto, hacia allí va. Nunca le interesó si la maquina no funcionaba al máximo, cortó el pasto. A veces es excesivamente optimista. Pero por algo es. No escucha la mirada de los otros. El relego estúpido, el de la pinta, el del negro o el chorro. Él es lo que puede ser, y sobre todo, es feliz con eso.
Renguea. Después de estar 20 años trabajando en el frigorífico nunca se le ocurrió visitar un hospital. Así quedó: lo agarra un día de humedad y le duele todo. Pero nada impide que cumpla con su trabajo. Es una especie típica de Argentina, aunque hoy quedan pocos. Juan es un todoterreno de las changas. Hace lo que hay que hacer. Corta el pasto, levanta paredes, poda los arboles, pinta. De todo un poco. Cuenta con la habilidad y la vagueza de utilizar sólo dos elementos, la tenaza y el alambre.
Barba descuidada y frondosa, blanca y al estilo Bin Laden. Gorro con la visera bien recta y una ropa vieja y conocida. Si, conocida: se dice que la misma ropa vino a trabajar más veces que él.
La edad es un misterio. Menos de sesenta, imposible. Evangelista hasta para rascarse, nombra a Dios en cada sorbo, pitada o respiro. Se ve que la pasó mal. Juan sufrió el hambre, ese que no se cuenta, que se tiene que vivir, el del dolor de estomago, el que te impulsa a robar o pedir, cosa que nunca hizo. Épocas jodidas fueron las del noventa en el sur del gran Buenos Aires. Textiles, frigoríficos y distribuidoras todas cerradas. Todas quebradas. La gente a la calle, a hacer lo que había que hacer, y Juan lo hizo.
Desde que dejó de trabajar con las reses y los cajones de Coca-Cola, donde se adjudica que levantaba cuatro al mismo tiempo, fue casa por casa. Algunas veces tuvo suerte, otras no. Le pasaba lo mismo que hoy. Cuando va con su bicicleta y el ruido a lata enuncia su camino, más de uno se aleja, más de uno se refugia y, seguramente, más de uno no lo entiende.
Dedicado. Parece que se abstrae en cada cosa que hace. No se distingue si se concentra o divierte. Es igual, al tipo le encanta trabajar, sólo quiere eso. No importa si el árbol es alto, hacia allí va. Nunca le interesó si la maquina no funcionaba al máximo, cortó el pasto. A veces es excesivamente optimista. Pero por algo es. No escucha la mirada de los otros. El relego estúpido, el de la pinta, el del negro o el chorro. Él es lo que puede ser, y sobre todo, es feliz con eso.